Dialogando en el Café Salambó

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lunes, 16 de julio de 2012

El síndrome del pez.


El síndrome del pez.
Emilia Lanzas
Colección Guermantes nº 25
Editorial Gens S.L.
Madrid, 2012
ISBN: 978-84-939990-2-5


Leer sin tregua. Hay que leer, leer y leer. Sobre todo si tienes el bicho de la literatura en el alma y padeces el mal de Montano. Y no quiero vacunas. Leí algunos clásicos, son tantos y tan larga la historia…, pero me cansé hace años con todo mi reverencial y sincero respeto, leo a los clásicos contemporáneos entre los que sigo buscando el placer y a los contemporáneos mismos de uno mismo, a los que leo cada vez más, para encontrarme a ser posible entre la atemporalidad de la buena literatura. Pero hay gente que se resiste a leer a los que escribimos mientras que ellos respiran. Supongo que tienen sus razones, tan respetuosas como absurdas para descartarnos por estar tan lejos de la aburrida posteridad. No es mi caso. Yo leo a mis colegas para comprobar al fin que la literatura no tiene tiempo. Sé que este blog no es una prueba, que hasta ahora no he dado fe de ello, pero iré haciéndolo y hoy quiero abrir el fuego.
            Y lo hago con El síndrome del pez, de la periodista y escritora Emilia Lanzas, un libro de relatos editado por Gens, en Madrid, este año 2012 para su colección Guermantes.
            El libro tiene un prólogo, un prólogo que se suma a la fiesta del libro de Emilia. Porque podría formar parte de él, porque es otro cuento, a modo de justificación, de lo que está a punto de llevarse a las neuronas el lector, el libro comentado, su personaje escogido. Del autor del prólogo, Eduardo García, nada puedo decir, como no sea invitarlo, si no lo ha hecho ya, a escribir él otro libro de relatos. Podría valer la pena y Emilia, no se sentiría tan sola en una apuesta tan personal. Él la justifica con una afirmación tan arriesgada y aceptable como el propio libro: (…) para ser cuentista de verdad, de esos que excavan hondas galerías para hacer aflorar un trasfondo inesperado, hay también que invitar a un poeta a infiltrarse en la escritura. Un poeta de esos que cuentan más que cantan. Y Emilia predica con el ejemplo hasta niveles febriles con su Síndrome del pez. Otra cosa es discutir si es verdad o no, ángel de amor… que un cuentista necesita llevar un poeta dentro para serlo. Quién sabe si incluso podría ser al revés, y el cuentista, como yo, fuera un poeta frustrado que ha tenido que conformarse con contar historias de otra manera, incapaz de capturar la esencia del verso que lo dice todo sin parecerlo. Pero éste sería otro tema, otro género, como el ensayo, para el que aún estoy menos dispuesto.
            El libro de Emilia Lanzas, como mínimo, no te deja indiferente. Por su extrañeza mantenida de principio a fin, porque con cada cuento tienes la sensación de que hay otras posibles lecturas distintas a las que uno hace a primera vista, porque a veces la historia es lo de menos, otras, lo de más, porque siembra preguntas y por lo tanto dudas y por lo tanto la reflexión íntima, pero siempre te deja con la sensación aplastante de que algo ha pasado antes y durante la lectura y que ya después, o vuelves a leerlo, o te vas a quedar colgado de una nube de sensaciones poéticas. Ahí es nada, ¿qué más se le puede pedir a un libro perdido entre la inmensidad del mercado editorial?
            El síndrome del pez está compuesto de treinta y un cuentos a borbotón, uno  detrás de otro sin un orden determinado y de extensión irregular. Unos son híper breves y otros sencillamente breves pero la extensión no rompe la magia del relato en ningún caso. Ni la unidad de estilo, de hecho, todo el libro podría ser considerado por críticos mal intencionados, de esos que solo respetan a los clásicos clásicos, como un mero ejercicio de estilo. Pero ese es a mi juicio justamente el logro de un libro de relatos: dejar definido un estilo narrativo más allá de la miscelánea de historias. Los cuentos de este libro proponen un estilo híper lírico, la mayoría de ellos son intensos poemas en prosa en los que la historia queda casi oculta y al servicio de lo poético. Podría rescatar una montaña de ejemplos, pero valgan solo unos pocos en esta manía deliciosa y egocéntrica de anotar los libros que uno lee, cuando se dicen cosas como, por ejemplo: Ella me miró con los ojos lacios, o Él (Paul Eluard, casualmente) me contestó que las uvas contienen gotas de risa. Palabras de combinación caprichosa como olor a espasmo, llorar con puras lágrimas de acequia o frases de un lirismo enigmático como En mi undécimo cumpleaños fue cuando me enteré de que las mujeres no mueren. Pero este libro, ya lo habrán sospechado, también coquetea con el surrealismo, ese aliado de la poesía, con el minimalismo de imágenes abandonadas a la descodificación libre del lector, sin más medios que la sugestión de un conflicto anímico, espiritual, apenas insinuado con la levedad y al mismo tiempo con la rotundidad de algunos versos narrados como una pedrada en la sien.
            Como en todo libro de relatos, el autor puede despistar al lector, cautivar aquí, dejar indiferente allá y así, dar ese juego selectivo para que la personalidad del que lee le lleve a escoger inevitablemente a unos relatos por encima de otros. En mi caso, me quedo con La cita, con Hombre, pájaro, deseo, quizás el que más me gusta. Una historia de terror bíblico y de soledad escrita con una técnica impresionista, casi de escritura automática no exenta del lirismo habitual. Me quedo también con La noche que amé a Paul Eluard, el más surrealista de todos, o con Es la hora, preciosa y breve imagen que combina perfectamente narrativitas y lirismo para evocar al gran Pessoa, me quedo con Los agujeros negros, quizás por ser la historia más comprometida, la que denigra la tragedia de la violación y el mezquino ultraje de las mujeres en sociedades subdesarrolladas, o no tan sub, y me quedo finalmente con Cuando conocí a Cortázar sobre todo porque Cortázar es uno de mis predilectos, pero también por ser la historia más redonda y por el trato implacable del personaje más desgraciado del libro, el de un amante despechado e ignorado como es Arturo.
            Leed amigos, leed lo que os dé la gana pero cuando estéis cansados de encontrar justo lo que esperabais, cuando queráis ser sorprendidos de verdad, probad con Emilia Lanzas y su Síndrome del pez. 

2 comentarios:

  1. Yo lo he leído, y hacía mucho, muchísimo, una eternidad de tiempo que no leía algo tan abrasador.
    La literatura actual española (incluida la poesía y los relatos y, por encima de todas las inmundicias, la novela) destila esteriotipos y fondos y formas convencionales. Nada que ver con este estupendo libros de relato que recomiendo a tout le monde.

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  2. Me ha encantado. Lo recomiendo a todo el mundo.
    Libros como este hacen avanzar la literatura en este país anclado en la mediocridad.
    ¡Más Emilias Lanzas, menos Almudenas Grandes!

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